Miércoles, 08 de Marzo de 2023
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Clara León Millán, veterinaria del Servicio de Urgencias y Hospitalización del Hospital Veterinario UMU
La Parvovirosis canina es una enfermedad infectocontagiosa, no zoonótica, transmisible a través de heces infectadas de otros perros. Es común encontrar infecciones por parvovirus en perros de menos de 6 meses de edad, generalmente entre 6 semanas y 5 meses. Estos animales pueden ser más susceptibles si no han sido correctamente amamantados, si no han sido vacunados correctamente y han estado en contacto con otros animales antes de tiempo. A pesar de ello, animales vacunados pueden infectarse si han sido vacunados prematuramente. Aparentemente, no existe mayor prevalencia según el sexo ni la raza.
La transmisión del virus se produce por contacto directo con material fecal de otro perro infectado o bien indirectamente por objetos o ambientes contaminados. En ocasiones nosotros mismos podemos ser portadores del virus a través de la ropa o los zapatos. También puede transmitirse a través de la placenta en el momento de la gestación.
El parvovirus (CPV-2) es un virus de ADN monocatenario, pequeño y sin envoltura. Es un virus extremadamente resistente en el ambiente, lo que hace difícil su eliminación de criaderos, protectoras, refugios... Se replica en el núcleo de células en división. Esto conduce a la infección preferencial de células en rápida división, de ahí los efectos del virus en la médula ósea y el tracto gastrointestinal. El virus se replica inicialmente en el tejido linfoide orofaríngeo y luego entra en el torrente sanguíneo. El epitelio intestinal suele estar afectado al cuarto día. Los anticuerpos empiezan a aparecer aproximadamente 5 días después de la de la infección y alcanzan niveles máximos entre los días 7 y 10. Los síntomas aparecen entre 4 y 10 días. La transmisión del virus persiste incluso 2 o 3 semanas tras la recuperación del cuadro clínico, por lo que es importante que no entren en contacto con otros animales durante este periodo de tiempo.
Los signos clínicos más comunes consisten en decaimiento, vómitos de inicio agudo, diarrea (a veces sanguinolenta) malestar, dolor abdominal, anorexia y fiebre. El virus logra destruir las vellosidades intestinales, causando sangrados visibles en las heces. Además, provoca una reducción de los neutrófilos lo que hace a los cachorros más vulnerables a la translocación bacteriana y a la endotoxemia. En los casos más graves se puede desencadenar una respuesta inflamatoria sistémica (SIRS), sepsis, shock séptico y síndrome de disfunción multiorgánica, derivando en la muerte de estos pacientes.
El diagnóstico se realiza rápidamente mediante unos test comerciales que detectan antígenos del virus en las heces de los pacientes. En animales muy jóvenes o aún lactantes pueden aparecer falsos positivos.
Es conveniente que ante la sospecha de parvovirosis se acuda de urgencia a un centro veterinario. El tratamiento depende de la gravedad de la sintomatología y del estado clínico del animal. El objetivo principal es restablecer las pérdidas orgánicas (vómitos y diarreas) y prevenir el desarrollo de infecciones bacterianas secundarias. Suele recomendarse su hospitalización para monitorizar su evolución, aporte de fluidoterapia intravenosa, tratamiento antibiótico y de soporte (antieméticos, analgésicos, protectores gástricos, probióticos, etc.). Aunque muchos evolucionan favorablemente, cierto porcentaje de animales empeoran de forma crítica y requieren de cuidados intensivos. En ocasiones requieren de transfusiones de hemoderivados (concentrado de eritrocitos, plasma, albúmina) además de fármacos vasopresores para mantener la presión arterial dentro de rango.
La vacunación es la mejor forma de prevenir la infección. Los protocolos vacunales deben iniciarse entre las 6 y 8 semanas de edad, debiendo administrar 3-4 dosis en intervalos de 3-4 semanas.
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