La historia sin fin de Liliana Porter

2023-03-08 17:32:17 By : Ms. Hua Li

miércoles , 8 de marzo de 2023

La artista argentina vive en Nueva York desde 1964 y llegó a Córdoba para acompañar la apertura de una muestra antológica que se puede ver en el Museo Caraffa. Utiliza miniaturas para construir fábulas visuales enigmáticas y fascinantes a través de fotografías, colages, instalaciones y videos. “Las cosas tienen una historia”, dice.

"El arte fue mi salvación". Liliana Porter dice algo que muchos artistas señalan, pero en su caso hay un plus de desdramatización y una apuesta vitalista, sostenida en una curiosidad a prueba de fuego y un sentido del humor luminoso. Explica que su vida no ha sido golpeada por grandes traumas, que se la pasa bien haciendo lo que hace y que se divierte, sin dejar de sostener una actitud de sospecha un poco lúdica. Nada de tomarse a uno mismo tan en serio.

Dos miradas sobre la fascinante obra de Liliana Porter

Por qué hay que ver la muestra

Para la charla, descarta la biblioteca del Museo Caraffa y sugiere un lugar afuera, para recibir un poco de sol. “Uno sabe que todo es horrible, que está todo mal, pero… Te doy un ejemplo. Vi en televisión a una persona a la que entrevistaban en la puerta de la disco gay de Orlando donde acababan de matar a sus amigos. La periodista le preguntó: Y ahora, ¿cómo se sigue? Él respondió: con alegría; la alegría es la forma más alta de la rebelión”.

Tras dejar Buenos Aires y vivir unos años con su familia en México, Liliana Porter se radicó en Nueva York en 1964. Allí comenzó a consolidar una carrera artística excepcional. Casada con el artista y teórico uruguayo Luis Camnitzer, fundaron The New York Graphic Workshop, un taller de grabado que se convirtió en laboratorio de nuevas experiencias que hoy es leído como un capítulo de gran importancia en la historia del conceptualismo latinoamericano y el camino hacia la “desmaterialización” de la obra de arte.

Reconocimiento. Liliana Porter tuvo una intensa actividad durante su paso por Córdoba. Recibió el Premio Universitario de Cultura 400 años, una prestigiosa distinción que otorga la UNC. Ayer, ofreció una charla sobre su obra y su poética en el Pabellón Venezuela de la Ciudad Universitaria.

En 2011 la artista vivía en Tribeca, una zona súper exclusiva a ocho cuadras de las Torres Gemelas, en un loft en el que tenía, entre otros vecinos, a Robert De Niro. El 11 de septiembre de ese año ella estaba en España presentando una muestra. Cuando volvió, las torres que podía ver desde su ventana ya no estaban. “Después del atentado tardé bastante en poder regresar, no se conseguían vuelos, todo era un desastre. Cuando llegué, el panorama era espantoso, el olor no se soportaba, había seguido saliendo humo durante semanas”, cuenta. Y recuerda su necesidad de huir, de ver árboles y poder respirar: “Uno pensaba que no iba a nacer nunca más la flor”.

Liliana Porter decidió vender su loft y se fue a vivir a Rhinebeck, a 180 kilómetros al norte de Manhattan, un sitio bucólico cercano al río Hudson donde la visitan conejos, pájaros y ciervos. Una especie de paraíso que la hace sonreír cuando lo describe. “A veces viene a comer un bambi que es igual al de Walt Disney, yo no lo puedo creer”, dice la artista que se define como “una jovencita escondida en una señora”.

El pasado fin de semana, llegó a Córdoba para trabajar en el montaje y acompañar la apertura de una muestra que lleva su nombre y que constituye la primera exposición antológica de su obra en la ciudad.

Sentada al sol, dice: “Las cosas tienen una historia, ya vienen como cargadas de algo”. Las cosas son, en su caso, una alucinante colección de miniaturas y objetos que hace mucho tiempo se incorporaron para siempre a su trabajo. En collages, fotografías, instalaciones o videos, las utiliza para la construcción de fábulas visuales que enlazan el enigma con la fascinación.

Trabajadores diminutos. Un Cristo-lámpara. Una oveja de porcelana con moño rojo. Pingüinos a cuerda. Espejitos. Muñequitos. Un busto de un soldado nazi. Una taza convertida en un jardín de flores rotas. Postales, reproducciones o libros de arte abiertos en cualquier página. Soldaditos maoístas. Bailarinas. Chanchos. Mickeys. Un salero. Un hombre con un hacha. Otro hombrecito con una pala. Otro que, con un pico, rasga un puñado de centímetros de una hoja cuadriculada. El catálogo no tiene fin. Y está vivo.

Esas muestras supremas del adorno kitsch y la inabarcable proliferación de chucherías aguardan el momento de entrar en acción, ser tocadas por el dedo de la artista en señal de que han sido elegidas o que han hecho oír sus voces. Liliana Porter cree que hay una especie de tendencia natural al animismo y se adueña de esa superstición para escuchar qué historia arrastra la abuelita que teje una gigantesca maraña de flores de tela azul o el pingüino que le agujerea un ojo a una muñequita con tutú y paraguas.

Todo un mundo minúsculo padece o se desafía en tareas mayúsculas, épicas, imposibles salvo en el universo que Porter diseña haciendo que la realidad vacile, tiemble y se restablezca con la “precisión de lo incomprensible”. La tragedia y el humor pueden venir en simultáneo en la composición de situaciones que van desde un micro-drama doméstico a una interpelación metafísica.

La artista se ha vuelto una cazadora experta de ese elenco de objetos pequeños y rastrilla los mercados de pulgas y casas de antigüedades buscando enriquecer su banco de miniaturas, que nunca para de crecer y que guarda en su taller. Córdoba no fue la excepción.

En el Museo del Che de Alta Gracia, adonde la llevaron de visita, se dio un verdadero festín de souvenirs. También adquirió en el Paseo de las Artes una enorme cantidad de piezas de relojes desarmados. Y compró una figura del Cura Brochero. Si tiene suerte, el futuro santo cordobés será parte de una obra en algún momento. Las cosas tienen una historia, pero hay que ver si la pieza de yeso del curita gaucho logra hacerse escuchar.

Cuenta que la primera pieza de estas características que se sumó a su obra fue un barquito, a principios de la década de 1970. Estaba por divorciarse y padecía cáncer. “Yo no pensaba si eso era arte o cualquier otra cosa –recuerda–. No me importaba”.

El arte, piensa ahora, tiene herramientas para elaborar burbujas de sentido y metáforas que son más reales que la realidad, y está convencida también de que los objetos que elige tienen la fuerza suficiente para tocar la memoria y las experiencias de las personas.

La muestra en el museo Caraffa incluye piezas decisivas como la serie de fotograbados Wrinkle de 1968 y una instalación de papeles arrugados que eran su marca a fines de la década de 1960, y sigue el desarrollo de la obra de Porter hasta trabajos muy recientes en los que su teatro de operaciones sutiles está en pleno funcionamiento. Un gesto, un detalle, una minucia es capaz de activar el cuento. Como el del Hombre con hacha de color dorado que está rompiendo una de las paredes del museo.

En los videos, el teatro se hace tableau vivant, película, fábula animada. El corto Ver rojo es un poema visual lleno de ternura y tragedia, un par de minutos de estupor que abandonan al espectador agujereado por las esquirlas de un estremecimiento. Parece mucho. Vayan y vean.

Para ver. La muestra de Liliana Porter se exhibe en el Museo Caraffa (Poeta Lugones 411). Con curaduría de Laura Buccellato y Claudia Santanera. De martes a domingos y feriados, de 10 a 20. Entrada general: $ 15. Jubilados, estudiantes y menores: gratis. Miércoles: entrada libre.

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